La edición de primavera del Dénia Festival de les Humanitats pone el foco sobre los retos del envejecimiento para nuestra sociedad

El Auditori del Centre Social de Dénia acogió en la tarde de ayer las sesiones principales de la II Edición de primavera del Dénia Festival de les Humanitats. Ante un concurrido auditorio se puso el acento en el proceso de envejecimiento, planteando la cuestión de que el incremento de la longevidad humana supone para las estructuras actuales importantes incógnitas sobre el papel de las personas mayores en la sociedad, la consecución de un envejecimiento activo y saludable o los retos económicos que pueden observarse para que lleven una vida digna.

Para pensar sobre esta materia se contó con una relevante selección de personalidades expertas en la cuestión y con mucho que contar. Así, la primera mesa de debate, bajo el título “Una aproximación científica y sociológica a la longevidad” congregó a María Ángeles Durán, catedrática de Sociología del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC y Premio Nacional de Sociología y Ciencia Política, y a Josefa Ros, investigadora del programa Postdoctoral Research Fellowships at Harvard University for Distinguished Junior Scholars y especialista en el análisis del aburrimiento en personas mayores, con la moderación del director académico del festival y de la revista La Maleta de Portbou, Josep Ramoneda.

 En su introducción, el director del festival quiso incidir en que todos somos conscientes del ritmo acelerado con el que se ha alargado el tiempo de nuestra existencia en la tierra y que este hecho es una realidad que tiene una influencia evidente en nuestra sociedad.

Por su parte, María Ángeles Durán inició su ponencia comentando que a veces “las palabras nos empujan a cambiar el modo de ver la vida” y resaltó el hecho de que se estuviera hablando de longevidad y no de envejecimiento, ya que este habla del deterioro progresivo que se acerca al morir, mientras que la primera está mirando hacia “la batalla por lograr más tiempo de vida”, con lo que concluyó “no me llamen vieja, llámenme longeva”.

 La catedrática introdujo durante su alocución interesantes incógnitas socioeconómicas, partiendo de la base de que vivimos en una sociedad en la que la mayor parte de personas viven en base al alquiler de su fuerza de trabajo. Si se trabaja, aproximadamente, entre los 25 y los 70 años, pero se puede vivir hasta los 90 o 95, la productividad en esos años de trabajo tiene que ser tan alta como para que no solo nos permita vivir durante nuestro periodo laboral, sino también ahorrar para que la sociedad pueda mantenernos en los años antes de trabajar y en los que vivimos tras la jubilación.

 

“La economía que estamos estudiando masivamente es la del dinero y de los objetos y no la de las necesidades, la de las personas y la del trabajo”, señaló Durán. “El bien más escaso es el trabajo”, recordó, incidiendo en que la economía real requiere que tengamos en cuenta el trabajo que no se paga y que es “la base del iceberg en la que flota el conjunto de la economía”. En el futuro, “las personas mayores seremos grandes productores de trabajo no remunerado y grandes consumidores de trabajo no remunerado“, teniendo además en cuenta que las principales cuidadoras son mujeres y que una mujer que cuida es una mujer que pierde su empleo.

Así, concluyó instando al auditorio a repensar cómo queremos que sea la economía del futuro, ya que la longevidad “va a requerir muchas más horas de cuidado que actualmente y el destino de esas mujeres depende de cómo decidamos redistribuir los privilegios y las obligaciones”.

 

Por su parte, Josefa Ros invitó a no romantizar la vejez y a no perder de vista que el envejecimiento va unido a un deterioro físico y a un aumento de la dependencia. En su calidad de investigadora sobre la ausencia de bienestar de las personas mayores que se encuentran en residencias, detalló tres “dolencias del alma” que merman su calidad de vida: la soledad no deseada, el sentimiento de inutilidad y el aburrimiento disfuncional, centrándose en esta última cuestión.

 

Para ella, el aburrimiento disfuncional “es una experiencia que duele, de malestar, que se produce cuando ponemos nuestra atención o energía en una actividad o situación que no nos estimula adecuadamente, que no cumple con nuestras expectativas, que nos da la sensación de que estamos perdiendo el tiempo”. “En las residencias se experimenta un aburrimiento disfuncional demasiado a menudo”, señaló.

 

En estas circunstancias, además, las personas o bien no saben qué cambio hacer para eliminar ese aburrimiento o bien sí saben lo que querrían cambiar, pero la propia situación o entorno les impide realizar ese cambio. Al no poder evitar esa situación se perpetúa el sufrimiento que supone, lo que deriva en un aburrimiento profundo que se acaba apoderando de todos los aspectos de la vida.

 

Cuando se les pregunta por qué están aburridos responden que les gustaría poder hacer cosas para aprovechar su tiempo que no les son permitidas en las residencias. Con esto, “hay personas que se quedan atrapadas en el dolor del aburrimiento de forma constante”, señaló.

 

Para la investigadora, que las residencias puedan centrar más la atención en el bienestar de las personas mayores y que sean ellas mismas las que puedan dirigir el modelo residencial no se puede hacer con los mismos recursos económicos. “Hace falta invertir en las residencias si de verdad queremos ser dueños de nuestras vidas en el momento en el que tengamos que vivir institucionalizados”, concluyó.

 

Tras ellas, Norbert Bilbeny, filósofo y catedrático de Ética en la Universitat de Barcelona, y la escritora Xita Rubert, moderados por Jordi Alberich, miembro del consejo editorial de La Maleta de Portbou, dedicaron el final de la tarde a conversar y pensar sobre “Vivir y convivir con el envejecimiento”.

Bilbeny dedicó su intervención al pensamiento sobre el propio concepto de la vejez, con las paradojas que el mismo conlleva en nuestra sociedad: cómo confluyen a la vez la preocupación por la vejez y el poco contacto con las personas mayores y un menor aprendizaje de ellas.

El filósofo detalló “un cóctel que hay en contra de la gente mayor: la estructura familiar, más propia al aislamiento de la persona mayor; la cultura juvenalista, que da más presencia a la juventud; y el hecho de que se valora la vejez como la edad del gasto pero no de la inversión, como cuando se es joven”.

“Hay más viejos que nunca, pero resultan una generación invisible y, ante esa invisibilidad, no advertimos que la vejez es como una segunda adolescencia: un cambio en su cuerpo, en su mente, en su imagen y hacia la posibilidad de nuevas experiencias”, señaló. “No se está nunca preparado para ser viejo, suerte que la vejez viene poco a poco”, comentó, al tiempo que incidió en el “rito de paso” que supone la jubilación, un hecho que Bilbeny consideró que debería ser algo voluntario.

Asimismo, quiso recordar que ser viejo “es un juicio ajeno que la persona se acaba atribuyendo con resignación” y el hecho de que no es incompatible saber que se tienen muchos años y sentirse a su vez con ánimos y con proyectos: “llegar a anciano sin haberse hecho viejo”.

Para concluir, la escritora Xita Rubert, presente por videoconferencia, aplicó su experiencia literaria y proyectos personales al hecho del envejecimiento y de la pérdida de facultades y empezó comentando un cierto momento umbral que se da entre niños y ancianos: mientras unos se encuentran en un periodo de adquisición de habilidades, los otros enfrentan la pérdida de ellas.

Rubert se mostró muy interesada en las cuestiones relacionadas con el envejecimiento y el deterioro o la discapacidad y, en relación con esto, comentó que se encuentra trabajando en un proyecto que mezcla la neuropsicología y la literatura y en el que tuvo encuentros con pacientes con distintos tipos de demencias que le hablaban de su día a día para, a partir de ahí, escribir unos textos sobre cada una de esas familias con historias que normalmente no se cuentan tanto.

“Hay un estigma con la vejez y con las demencias tanto para la persona que las sufre como para su entorno”, señaló la escritora, quien en este proceso pudo percibir que no es un asunto para el que estemos bien preparados.

“La idea a la que llegué después de estos encuentros es que la literatura y la ficción, que son historias contadas desde un juego de máscaras y espejos, son el lugar para contar estas historias, lo que está por debajo de la alfombra de la sociedad”, concluyó.

 

Incógnitas de futuro

 

El mes de octubre acogerá el grueso de la tercera edición del Dénia Festival de les Humanitats, que tendrá como cuestión principal «¿Qué hacer con el futuro, tan lejos y tan cerca?», con la vista puesta en reflexionar tanto sobre la incertidumbre que supone el futuro como sobre la construcción que hace el ser humano del mismo. Con una imponente relación de personalidades expertas en ciencias, artes y humanidades, el debate se abrirá a observar y valorar el destino colectivo de la humanidad, las opciones que tenemos por delante y los límites y consecuencias que pueden tener en el futuro las acciones del presente.

Frente a un mundo en el que los límites se desdibujan y la amenaza de perder nuestra humanidad se hace más tangible, el Festival de les Humanitats propone un espacio de reflexión y debate para preservar nuestra libertad de pensamiento y acción.

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