La procesión de Sant Roc 2018

Las fiestas de Moros y Cristianos 2018 , ha vivido esta tarde la procesión de Sant Roc. Numeroso público acudió para ver este acto, en la que festeros y devotos, acompañaron a la imagen.

Este año , el recorrido ha sido, desde la iglesia de la Asunción, calle Diana, Glorieta, Calle Pare Pere, y de vuelta a la Asunción.

Por la mañana se ha celebrado la Misa Mayor en Honor a Sant Roc.

Sant Roc

Expiraba el siglo XIII. El gobernador de Montpellier, Juan y su esposa Libera, va­sallos de Jaime 11 de Aragón, pedían a Dios instantáneamente remiase sus virtudes dando fruto de bendición a su nobilísima casa. Pero los años de infecundo matrimonio corrían arrebatando la esperanza de prole a la ya anciana Libera, cuando, una noche, el crucifijo ante el que oraba pareció dirigirle prodigiosamente alentadoras voces, y poco después un feliz suceso llena de regocijo la ciudad.

El recién nacido mostraba el pecho y en el hombro izquierdo una cruz rojiza en la piel, como grabado a fuego, signo de su maravilloso destino. Recibió en el bautismo el nombre de Roque. A los 12 años de edad perdió a su padre y a los veinte a su madre, quedando heredero de cuantiosas riquezas. Una tradición unánime admite que aceptó, apenas quedó libre, la regla de la Venerable Orden Tercera de San Francisco, y un hecho indudable lo confirma: Roque abarcó amo­rosamente la virtud franciscana por excelencia, la pobreza. Vendió sus bienes y los dio a los pobres. El camino estaba trazado. En alas de la caridad, sale furtivamente de Montpellier, atraviesa la Provenza y entra en Italia pobre y desconocido.
Va al encuentro de la terrible enfermedad que despuebla el norte de Italia; hace de médico, enfermero y de sepulturero. Así llega a Roma, a la Roma sin Papas, que sufre, a mas de la peste a cautividad de Aviñón. Allí Roque se pone a la altura de la tragedia y su figura, como encarnación del consuelo y de agente de la misericordia divina, emergiendo a todas horas en todas partes entre los apestados, cobra el prestigio sobrenatural de lo milagroso.

Pero allí contrae la enfermedad siendo un apestado más tan despreciado como los que él había arrancado de la segura muerte. Excluido primero del hospital y después hasta de los muros de Plasencia, se interna por el bosque en dirección a los Alpes. ¿Su alimento? Un lebrel cada mañana viene zalamero con un pan en la boca, y hecho su presente, le lame la llaga de la pierna, proporcionándole el alivio que él antes había dado a tantos enfermos.

Roque vuelve al fin a Monpellier a los ocho años de ausencia, desfigurado por la enfermedad, los trabajos y la penitencia. Nadie le reconoce ni se acuerda de su nombre. El país arde en guerras y alguien le denuncia como posible espía. El juez le interroga y Roque deja que la Providencia cumpla sus designios sobre su vida. El juez desprecia su silencio y le manda poner a buen recaudo en la cárcel pública. Allí el alma de Roque consuma en silencio y en olvido de todo y de todos su dejación absoluta en la voluntad divina, viviendo plenamente el «sólo Dios Basta».

Murió en el cautiverio siendo reconocido por su marca. Al sacar el cuerpo sin vida de su celda vieron escritas en la pared las siguientes palabras: «Quién se vea atacado de la peste y recurra a Roque obtendrá amparo en su enfermedad».

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