Opinión Miguel Ángel Civera «Más vale pescar poco y siempre, que pescar todo a la vez»

Cuando reflexionamos sobre la pesca en el Mediterráneo casi siempre nos estamos refiriendo a la mar y a la extracción de recursos marinos vivos renovables, y con frecuencia olvidamos hablar de evolución humana, de alimentación, de infraestructuras (puertos, faros, lonjas, pescaderías…), de sistemas y artes de pesca, de un vocabulario propio de gentes del mar, de manifestaciones festivas, de platos, de historias, de investigación, innovación y formación, de arte, de modelos de gestión, del papel de la administración, de barrios marineros, de actividad económica, o de identidad y marca.

La pesca en la Marina, una cultura milenaria, es el resultado de la interacción de la naturaleza con unos modelos sociales que a lo largo de la historia han ido configurando un riquísimo patrimonio cultural que en el momento actual, pese a su reconocida gran importancia socioeconómica, cultural y medioambiental, está sufriendo un declive importante.

Foros multidisciplinares de la UE y de la FAO, que analizan datos, discuten metodologías y proponen informes, avisan de que un 90% de los stocks del Mediterráneo y del Mar Negro están sobreexplotados alcanzando los mayores niveles de sobrepesca del mundo, aun reconociendo su potencial de recuperación si se adoptasen las medidas adecuadas. La sobrepesca, entendiendo como tal el hecho de que se extrae más biomasa que la que se está reproduciendo por crecimiento natural, afecta en el Mediterráneo occidental al 80% de especies demersales, entre ellas algunas de gran valor: salmonete, merluza, gamba roja, cigala… Posee, por tanto, un gran impacto ecológico y también económico, tanto a medio como a largo plazo, porque aún es posible que, si se aumenta el esfuerzo pesquero en pesquerías sobreexplotadas, aumenten las capturas hasta que ya no den más de sí y se colapse.

Son datos que nos alertan de la elevada vulnerabilidad actual del recurso y del sector, como queda reflejado en los gráficos del Grupo de Acción Local de Pesca (GALP) de la Marina, en los que se ve la tendencia hacia una disminución general de las capturas, el mantenimiento del rendimiento económico en nuestra comarca por la extraordinaria demanda de la restauración y el elevado precio de alguna pesquería (la gamba), y una disminución de la flota y de pescadores, a los que habría que añadir el envejecimiento del sector y la falta de relevo generacional cualificado.

Estamos, pues, ante unas evidencias: capturas cada vez más escasas por sobrepesca e impactos en el medio marino reguladas por unos modelos de gestión que, aún con buenas intenciones, no han conseguido los resultados que se proponían. Si a esto se suma una mayor demanda derivada del gran crecimiento urbano y turístico, con un consumo poco responsable en el que lo local queda muchas veces diluido, y una escasa, cuando no nula, tarea de patrimonialización de las diferentes dimensiones del mundo de la pesca, se están generando las condiciones para la tormenta perfecta que augura una mala travesía.

Ante esta situación, si nos preguntáramos ¿qué hacer para contribuir a una cultura marítimo-pesquera de la Marina y a una gastronomía del pescado comprometida con los ODS y que puedan cumplir con las metas de la Agenda 2030? La respuesta obligatoriamente ha de ser múltiple, pues son muchos los campos sobre los que actuar coordinadamente, pero todas han de tener como línea base el buen estado ambiental del mar Mediterráneo y, por tanto, el mantenimiento los servicios de sus ecosistemas. Sin ello, no hay recurso.

La meta sería capturar especies marinas aptas para el consumo humano, económicamente viables y de modo que no alteren de forma irreversible las características y funciones de los ecosistemas. Para conseguirlo deberíamos considerar los distintos factores que influyen en la actividad pesquera y que están asociados a la singularidad, diversidad, complejidad y vulnerabilidadde los recursos pesqueros del Mediterráneo.

Es un mar poco productivo, en el que hay muy diferentes hábitats ocupados por una gran diversidad de especies. Por eso la pesca es muy variada, multiespecífica por esta elevada biodiversidad, y entre otras cosas porque nos lo comemos todo –peces, moluscos, crustáceos, equinodermos, cnidarios…- además de poco abundante, comparada con pesquerías de otros mares y océanos.

 

Pero las especies de interés pesquero no viven aisladas, forman parte de la trama de interacciones de los ecosistemas marinos y, por tanto, se encuentran afectadas por los cambios que puedan producirse como consecuencia del cambio climático, el incremento de especies invasoras, la contaminación y los impactos derivados del aumento de actividades que se realizan en el medio marinoy que afectan a los recursos y a la actividad del sector pesquero. Esta complejidad obliga a conocer muy bien los hábitats donde se encuentran las diferentes especies, y diseñar y seleccionar el arte y el momento más adecuado para su captura.

Estos recursos necesitan métodos de análisis y una actividad que ha de ser regulada. Se sabe, por la experiencia, que la falta de gestión de cualquier recurso pesquero conduce a la “tragedia de los comunes”, al colapso. Es el caso del erizo de mar en la Marina. Por eso las pesquerías han contado con organizaciones y normas de gestión desde hace siglos. Actualmente Cofradías de pescadores, Grupos de Acción Local Pesquera, foros multidisciplinares internacionales y nacionales, centros de investigación y las diferentes administraciones son responsables tanto de los sistemas de evaluación como de los modelos de gestión. Son, además, modelos implementados por quien tiene las competencias, que en este caso parten desde Europa y que luego son adaptadas por autoridades nacionales y autonómicas, que han ido cambiando y han tenido resultados muy dispares sin lograr evitar la sobrepesca.

En el escenario actual y para conseguir la meta propuesta hay que cambiar el enfoque de evaluación de los recursos hacia un modelo de gestión pesquera basada en el ecosistema. Según el principio de que“todo está conectado con todo”, este modelotiene una visión más holística, adopta el principio de precaución, incorpora las nuevas variables (cambio climático, las especies invasoras, contaminación) e incluye otras actividades que se realizan en el medio marino y que afectan a las pesquerías; además, propone una gestión más adaptativa según necesidades de las especies, de los hábitats, y basa su desarrollo en la cogestión.

En 2018 se recuperó el Foro Científico para la Pesca Española en el Mediterráneo, que propone mejorar la incorporación de la información científica a la toma de decisiones, y que esta toma sea adaptativa en función de las fluctuaciones en los recursos, para lo que es necesario disponer de la mejor información y estructuras de cogestión local. Aconseja que las medidas sobre el esfuerzo pesquero se tomen en función de los objetivos: en tiempo de actividad, mediante la mejora de la selectividad de las artes, estableciendo zonas protegidas, vedas espaciales y temporales y revisando las tallas mínimas y el plan de los descartes.

Son propuestas que coinciden con las del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC), basadas en investigaciones hechas en la llamada área GSA6, una de las mayores del Mediterráneo español en donde se concentra la mayor parte del esfuerzo pesquero, con 55 Cofradías. Se han analizado los resultados de establecer zonas de pesquerías temporales (12 meses) y permanentes con el fin de recuperar hábitats y poblaciones (merluza, gamba roja…), así como la validez de las recomendaciones sobre el tamaño de las redes o los días de actividad. Sus informes han sido enviados a los diferentes actores para que se propongan reajustes en muchas de las propuestas del controvertido y polémico “Plan plurianual para la pesca demersal en el Mediterráneo occidentalde la UE “, que ha entrado en vigor en enero de 2020.

EL ICM también participa en otros modelos de cogestión como el “Plan de gestión por la que se regula la pesca de gamba rosada (Aristeus antennatus) con arte de arrastre de fondo en determinadas zonas marítimas próximas a Palamós”considerado como una buena práctica en la gestión pesquera de un recurso muy importante.

El presente y futuro del sector dependerá de que se tomen decisiones adecuadas relacionadas con la gestión del recurso. En el D*na Fòrum se debatió sobre estos puntos, se constató la importancia de la pesca como patrimonio de la Marina, de su interdependencia con la investigación, con la restauración y el turismo gastronómico, con la formación y la cultura, la necesidad de actuar y de que en este barco, la pesca, debemos estar todos a bordo, desde pescadores a consumidores.

Gobernar esa complejidad, articulada por el conocimiento y la participación, es lo que puede proporcionar la esperanza de una buena travesía y no un final de un mar sin peces.

Miguel Ángel Civera

Biólogo. Asesor de la Oficina de la Innovación y la Creatividad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *